Angelus Speculator

La palabra "analista" no viene en ese magnífico (nótese la fina ironía) "Proyecto Palladium", por lo que me busqué algo más abierto. "Angelus", que derivó en "ángel", significa mensajero y "Speculator", que derivó en "especulador", significa observador.
He ahí lo que pretendo ser: un analista, un especulador, un mensajero observador (perfectamente interpretable como "cotilla"), en definitiva: alguien que, independientemente de la visión global, saca sus propias conclusiones del mundo y las transmite.
Pero, paradójicamente, muy lejos estoy de ser un ángel.

Valoración Teleológica del Acto y la Palabra

lunes, 22 de noviembre de 2010

Introducción: El Caballero en agonía.
Es imposible afirmar que actualmente, cuando incluso señorita puede tener malas connotaciones, la palabra y, por lo tanto, la figura del Caballero no se deja mermar por el tiempo y los cambios que éste perpetra en la sociedad.
En la Edad Media, el Caballero era el noble que, a servicio del Rey, combatía a caballo por toda España para reconquistarla de los musulmanes. Este hombre, cuyo fiel paradigma era Don Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido por el alias El Cid Campeador, era leal a su Rey y a sus ideales de patria; tenía gran honor y valentía y era diestro con las armas; pero sobre todo, era bueno y virtuoso. Esto quería decir que era respetuoso con sus amigos y sus enemigos, que ayudaba a cualquiera siempre que podía, que era un hombre justo y racional, que no se dejaba corromper por el poder y las riquezas y que si su honor se veía mancillado, para recuperarlo no atacaba a quien había echado tierra sobre su nombre, sino que seguía sumando buenas acciones y grandes méritos hasta volver a tener su prestigio, como cuando El Cid bajó la cabeza y, a pesar de ser desterrado por el Rey, siguió reconquistando España.
En el Renacimiento, se esperaba de la figura del Caballero que, además de todo lo anterior, sólo que sustituyendo las cruzadas por las guerras de religión en Europa, fuese un hombre cultivado, diestro en las armas, pero también conocedor de los secretos del arte, escritor de grandes versos que a las doncellas enamoraran y capaz de comprender los grandes enigmas de la naturaleza a través de la ciencia. Sin embargo, y es curioso, la figura del Caballero dejó de llevar implícito el caballo.
Teniendo el paradigma de la bondad y la virtud tan alto listón, los hombres de la aristocracia previa a la Revolución Burguesa, que no eran hombres de armas, no tenían otra forma de parecerse a ellos que en el trato día a día con los demás -obviamente, este "demás" sólo incluye al resto de aristócratas. Por lo tanto, el Caballero pasó a ser ese elegante señor que abría la puerta a las damas, saludaba a sus amigos levantándose el sombrero en señal de humildad y hablaba con soltura de todos los temas posibles, pero siempre con respeto y gracia, con una sonrisa y una palabra amable para todo el mundo, incluso para aquellos que estaban por debajo de él, personas que, en pos de ser como su señor o como estas figuras, se comportaban como ellos con los de su clase, siendo Caballeros sin dinero en una dimensión carente de tanta importancia, pero buenos y virtuosos al fin y al cabo.
Llegaron entonces los burgueses al poder para, simplemente, ocupar el lugar de los aristócratas y dejar el resto del mundo igual. Esta decepción, pues lo consiguieron a base de promesas de cambios, sumada a la alienación de la mayor parte de la sociedad por culpa de la Revolución Industrial, controlada por ellos, provocaron las sucesivas Rebeliones contra El Poder. Estas Rebeliones, más allá de las luchas armadas, desembocaron en una pérdida de valor de aquellos que estaban en El Poder. Esto se tradujo en dos hechos: el primero consiste en la pérdida de definiciones materiales del Caballero, esto es, el concepto de la figura del Caballero como un comportamiento y no como un estatus social, una habilidad con las armas, el arte o las ciencias. Ser un Caballero se convirtió en una actitud del día a día, una naturaleza intrínseca en la persona que lo hacía ser bueno y virtuoso: amable, respetuoso, justo...
El segundo hecho fue la desilusión de la dama. Teniendo como causa la identificación de los miembros de El Poder con los Caballeros, al caer el valor de aquéllos, hizo que la existencia de éstos se pusiese en duda.
Estos dos hechos han ido degenerando con el tiempo, dando lugar a la simplificación del Caballero, ahora un comportamiento que erróneamente se identifica simplemente con la educación, la cortesía y las buenas maneras, y a la desconfianza -que sigue a toda desilusión- hacia esta figura, de tal forma que no es extraño que las mujeres se agarren el bolso si las dejas entrar antes al autobús o al metro con un gesto cortés o los ancianos no se dejen ayudar. Y si sumamos ambos factores, encontramos una de las causas de la pérdida de la amabilidad y las buenas maneras en la calle.
Por tanto, ¿dónde está ese Caballero bueno y virtuoso? La bondad y la virtud son difíciles de reconocer hoy día. Decimos que alguien es bueno y virtuoso generalmente cuando esta persona es altruísta, porque pensamos que sus actos y sus palabras son buenas y están llenas de virtud. Sin embargo, no hace falta dar de comer a los pobres para serlo: el acto y la palabra tienen su verdadero valor y, por lo tanto, bondad y virtud, en su finalidad. Ser un Caballero no es algo tan grande como salvar el mundo, eso es ser un héroe, pero tampoco algo tan nimio como dar una sonrisa falsa mientras se dice: "Usted primero, por favor".
Valoración teleológica del Acto y la Palabra.
Son actos valiosos aquellos cuyo fin no es otro que la propia acción, ya que de esta forma, al no llevar intención, estos actos son intrínsecos a la naturaleza de quien los realiza. Los actos con un fin distinto a sí mismos no son tan valiosos, pues dejan de estar relacionados con el sujeto que los realiza para pasar a estarlo con sus relaciones con el entorno, que de un modo u otro siempre son el objeto de la acción.
En cuanto a la Palabra, es un poco más complicado de explicar: En la comunicación interpersonal, todos los mensajes antes de ser emitidos pasan por un filtro de intención. Este filtro afecta a la codificación del mensaje, es decir, a las palabras que elegimos, a las que no decimos, a los gestos, al tono... Es por eso que toda la información que nos transmiten estos sujetos está, de una forma u otra, manipulada. Por lo tanto, las palabras son realmente valiosas cuando este filtro de intención es eliminado, es decir, análogamente a los actos, revelan los verdaderos pensamientos y la naturaleza del emisor cuando el resultado positivo de éstas es el mismo que si no hubieran sido pronunciadas en voz alta, o también, cuando no existe causa beneficiosa alguna para el emisor más que el desahogo de sus pensamientos.
Hay que tener cuidado ante estas explicaciones, pues no estoy hablando de engaños, mentiras o verdades, sino de la atención y el valor que hay que prestarle a los actos y a las palabras, no sólo que los demás dicen o hacen, sino también a los nuestros.
Atacando al sentimiento, por lo tanto, no tiene el mismo valor un "te quiero" dicho, paradójicamente, sin querer en un momento de efusividad que otro dicho para iniciar una relación o mantenerla. Pasa lo mismo con los actos del cariño: ¿qué valor tienen un abrazo, una caricia o un beso si buscan algo más allá de realizarse? Y es más, ese "algo" lo llevo al extremo cuando digo que si el fin es agradar a otra persona, tampoco tiene tanto valor. Tiene más valor hacer algo y agradar que hacer algo para agradar.
Algo parecido pasa con el altruísmo. Los altruístas valiosos son aquellos en cuya naturaleza está ayudar a los demás: Un altruísta valioso ayuda y se siente bien -todos estamos de acuerdo en que el altruísmo genera satisfacción-, mientras que un altruísta que ayuda para sentirse bien no es más que una persona con remordimientos que trata de enmendar su conciencia o simplemente trata de buscar algo que le haga sentirse bien.
Los favores y los cumplidos, pues, no son tan valiosos como los actos sin intención o las palabras sin filtro, pues no responden a la naturaleza de quien las hace, sino a una petición o al objeto de agradar a alguien.
Con todo esto quiero decir que hay que darle más importancia a lo que alguien hace o dice por su naturaleza, independientemente de los efectos de dicho acto o palabra. Pero NO quiero decir, ni mucho menos, que haya que tener en poca estima los cumplidos, favores o lo que los demás hagan por nosotros.
Conclusiones.
Ser persona es una virtud que los hombres y las mujeres adquirimos mediante la configuración de nuestra naturaleza por medio de los hábitos. Así pues, existe una retroalimentación entre nuestros actos y nuestra naturaleza. Por ello, en un principio no podemos ser valorados como Caballeros, pero poco a poco, mientras adquirimos la imagen -que es lo primordial en nuestra sociedad actual- podemos adquirir las cualidades de esta figura que está en extinción.
Y respecto a los demás, a la hora de valorar a las personas de nuestro alrededor, debemos tener en cuenta no sólo lo que hacen, sino por qué y para qué, dándole mayor criterio a esas pequeñas cosas que dicen y hacen sin apenas darse cuenta ni darles valor, pues son las que de verdad revelan quiénes son: no hay que olvidar que persona, -ae en latín significa máscara.
 
 

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